Carlos Gorostiza en primera persona

TEATRO: ENTREVISTA A CARLOS GOROSTIZA,
POR MAGDALENA RUIZ GUIÑAZÚ EN EL DIARIO ´PERFIL´

DESDE 1949, AÑO DEL ESTRENO DE "EL PUENTE", ES EL AUTOR DE VARIAS OBRAS FUNDAMENTALES DE LA DRAMATURGIA ARGENTINA. REFERENTE INSOSLAYABLE DE LA LLAMADA GENERACIÓN DEL '60. FUE TAMBIÉN SECRETARIO DE CULTURA DE LA NACIÓN DURANTE EL GOBIERNO DE RAÚL ALFONSÍN. SU NOVELA VUELAN LAS PALOMAS LO HIZO ACREEDOR DEL PREMIO PLANETA 1999. HOY ESTÁ A PUNTO DE CONCLUIR UNA NUEVA OBRA, "EL ALMA DE PAPÁ".

El puente; El pan de la locura; Los prójimos; El acompañamiento". La lista es interminable y el talento de Gorostiza para crear un teatro sin decaimientos ni concesiones en el tiempo resplandece una vez más, cuando en el ambiente teatral empieza a murmurarse que está escribiendo nuevamente.
Gorostiza se sonríe. Desde el balcón de ese piso 14°, la mirada se pierde en los bosques del Botánico. Más allá, el Río de la Plata. En la computadora, material de trabajo:
-Mirá, yo siempre digo que el silencio también es texto. Así es que sería casi mejor ni hablar del tema. En fin... vos sabés que hay una tradición en la que se afirma que hablar mucho antes del estreno ¡¡¡trae mala suerte!!! Pero puedo decir que el título de la obra es El alma de Papá. Se trata de la relación padre-hijo. El tejido familiar. El vínculo entre la vida y la muerte. Más no te puedo decir...

-iQué temazos! ¿Cuándo pensás terminada?
La obra está terminada en eso que llamamos el último boceto. El boceto se convierte en algo concreto cuando el director y los actores descubren anomalías o añaden un tiempo aquí o lo abrevian allá. Todo se va corrigiendo hasta el momento del estreno, y aun a veces diría que también después, con la obra en escena,. surgen modificaciones. Creo que va a dirigirla Daniel Marcove, y este momento podria llamarse "el comienzo del inicio". No sabemos si vamos a estrenar este año o en el que viene. Sin apuro.

-¿No te llena de una especie de excitación atormentada (por darle un nombre) este momento con una obra terminada y un tiempo por delante?
Atormentada, no.
Qué sé yo. Es una gestación. Yo no creo que, en esas circunstancias, una madre se sienta atmmentada. Hay allí un gran placer. Un dulzor... porque se desea lo mejor. Y yo espero que este niño nazca lindo, fuerte, sano e inteligente... -termina Gorostiza con una risa franca.

-Siempre pensé que esta impresionante permanencia de tus obras en nuestro teatro es también porque intuiste exactamente la idiosincrasia del argentino medio...
Yo me he hecho esta pregunta varias veces y te diré que lo que me sorprende es que lo formal permanezca, porque esto, en teatro, se desvanece con el paso de los años. Creo que sí. Que los contenidos son casi permanentes a pesar de mí mísmo y de todo el mundo. Fijate que el hecho de que El pan de la locura tenga hoy este éxito es muy significativo. Es doloroso, si pensamos que es un planteo contra la corrupción. Para mí es un doble sentimíento: por una parte, el placer de que el público acepte una obra escrita hace cincuenta años; y, por otra, saber que lo que se plantea como un grave problema argentino sigue vigente.

-Tambien cuando se repuso "El puente" en el Teatro Cervantes el comentario general fue que no había perdido ninguno de sus rasgos esenciales. Esos jóvenes tenían la misma idiosincrasia que los de ahora.

-¡¿Es cierto lo que dijiste una vez : no soy actor porque me da fiaca?!
Bueno, no sé si era fiaca -explica-. Yo me aburría. Mi placer siempre fue la creación de los personajes. Cosa que también ocurre cuando escribís una novela. Pero, bueno, me embarcaron en el teatro, me convirtieron en dramaturgo en 1949, y la fuerza enorme del teatro hizo que permaneciera allí. Estaba ensayando el Creonte de Antígona, dirigida por Antonio Celli, un gran director italiano que había llegado a la Argentina con Aldo Fabrizzi. En La máscara lo acaparamos para que nos dirigiera. La compañía estaba encabezada por Alejandra Boero y Pedro Asquini. Celli nos había visto en Crimen y castigo, y se entusiasmó con la idea. Por mi parte, tampoco pude resistir el desafío que me exigieron mis compañeros. Querían absolutamente que escribiera una obra de teatro porque, en verdad, había muy pocas. Discépolo había dejado de escribir en 1932 o '33. Un día incluso se lo pregunté a su hermano Enrique. "Lo que le pasa a Armando.-me contestó con esa agudeza que lo caracterizaba- es que ya no tiene más nada que decir." Por otra parte, Eichelbaum tampoco era muy simpatizante del teatro independiente. Arlt había muerto y quedaba poca dramaturgia. Incluso hicimos un concurso para reunir nuevos autores, y la verdad es que terminé enojándome por el poco nivel de lo que presentaban. Mis compañeros volvieron a la carga: "Y vos, que ya has publicado algunos poemas, algunas obras para títeres, ¿por qué no escribís algo?", Me puse, entonces, a escribir El puente y le dije a Celli: "No puedo seguir porque no soy actor". El protestó que era un disparate y siempre me guardó algún papel en las obras que dirigía. Una vez volvi a actuar en Noches de cólera, de Salacrou. Era la época del teatro literario, aunque no me gusta esa definición. Creo que TODO el teatro es literario y, a pesar de que algunas personas piensan lo contrario, yo sostengo que el texto está en las pausas. O en las miradas. fue un momento de gran relevancia en el teatro francés. También con Ondine de Giraudoux, o las grandes escenas de Anouilh. Era el teatro de la libertad.
Recordemos que los franceses habían pasado por la ocupación nazi y también por los colaboracionistas locales. En Argentina, en el año 1951, había una sólida censura. Por ejemplo, dos años después me prohibieron Enterrar a los muertos, de Irving Shaw, una obra antibélica de contenido muy fuerte y que, para colmo, ¡tenia generales como protagonistas! Un año después volvieron a estrenar Los independientes, y como resultado ¡le balearon el frente del teatro a Onofre Lovero!
Cuando estrenamos Noches de cólera, tratamos de convencer a los críticos de que la obra trataba de la libertad de la tierra para evitar que se confundiera con la libertad política. Finalmente, fue un gran éxito aunque, cuando se lesionó uno de los protagonistas, directamente me obligaron ("¿acaso no sos el director?") a que lo reemplazara. Teníamos el Teatro Lasalle absolutamente vendido por todo el fin de semana, de modo que no era cuestión de perder esas funciones.
Yo sabía, claro, los movimientos, pero sabía muy poco del texto. Entonces puse a un actor de espaldas al público y, tirado en el suelo, que me iba dando la letra. Todo anduvo muy bien hasta que alguien vino a avisarme que estaba en la sala la famosa Galina Tomacheva (gran teórica y traductora de Chejov), que había venido desde Mendoza para ver la obra. Cuando se apagaron los últimos aplausos, oigo una voz entre bambalinas que, con gran acento ruso, exclamaba:
"¡Como Europa! ¡Como Europa!". Me acerqué a saludarla pero cuando me vio, dijo: "¡Menos usted!".

-¿Me imagino que después de eso fue la última vez que actuaste?
Sí, aunque no exactamente por lo que ella me dijo. Debo confesar también que hace tres o cuatro años tuve un pequeño arrepentimiento. A Daniel Marcove se le ocurrió invitarme a unas sesiones de teatro leído que se hacían en Argentores. Decidimos hacer El acompañamiento porque tiene sólo dos personajes, y Marcove me insistió para que hiciera uno de ellos, el Tuco, mientras que Tito Cossa podía hacer el otro, Sebastián. Al principio, me pareció un disparate intentarlo a esta altura de la vida. Tito Cossa insistió en que podía ser muy divertido, y lo cierto es que, finalmente, fue una grata aventura. Incluso me pasó algo notable: iba en el taxi hacia Argentores cuando pensé que hacía 50 años de mi última
aparición en un teatro como actor. Ibamas a leer, de acuerdo. Pero sabía, naturalmente, muchos párrafos de memoria. Y, de pronto, allí en el taxi, me volvió de pronto a la memoria, absolutamente intacto, aquel trozo de Dostoievsky " ... mi conciencia me obliga a decirle que Siberia no es un sitio muy apropiado para una mujer joven y encantadora. ¿Sabe usted lo que le espera? Etc., etc.". Este texto apareció en mi memoria después de medio siglo de ausencia. Había estado allí, en un rinconcito de mi memoria.

- ¡Qué fenómeno nuestra mente!
Y justamente recordamos también un momento impactante, como fue para Buenos Aires, el estreno de Los prójimos, en el Centro de Artes y Ciencias. Un viejo cabaret transformado en teatro al que se entraba por Lavalle con una salida lateral a Esmeralda.

-Sí, tuvo una gran repercusión. Desgraciadamente, también hoy se presentan estos casos: una mujer asesinada a golpes (en la obra, es en el Bronx) en medio de un amplio vecindario, "Los prójimos", que no interviene y deja simplemente que su pareja la mate. Incluso recuerdo que el corresponsal del New York Times en Buenos Aires escribió una crítica muy importante que se publicó en primera página. Tuve que viajar a los Estados Unidos. Tuvimos una muy buena versión en Indiana. Todavía la tienen en repertorio. En Broadway decían que, a pesar de las buenas críticas, no tenía plot (argumento con expectativas). ¿Cómo iba a tener plot si justamente lo terrible era que no pasaba nada?

-Hay muchas cosas proféticas en tus obras. También en las novelas. En "Los cuerpos presentes", por ejemplo, vos marcás muy claramente la falta de elaboración intelectual y ética que tiene muchas veces nuestra clase política. No solamente representaste nuestra idiosincrasia sino ahondaste en el devenir político del país...
Sí, siempre ha sido una necesidad mía. A veces me rebelo contra mí destino porque también me hubiera gustado profundizar en otras regiones de la mente humana.

-¿Por ejemplo?
La relación con Dios. Tengo una vieja discusión con El porque no se me aparece. No sé dónde anda. Y ¿qué ocurre? Salgo a la calle, veo la realidad que me circunda y me duele. Me dolió siempre. Además yo me siento originario de esa realidad dolorosa y pobre desde la infancia. Las diferencias me han lastimado siempre. En El puente, por ejemplo, diferencias sociales. La gente que crea no puede escapar de esto. Es imposible eludir la realidad. Aun los que lo niegan deben advertir que el entorno motiva y estimula para escribir. Creo entender que lo que nos preocupa es la búsqueda, el encuentro con la verdad. Y esto debe buscarse a través de la realidad. También creo, por otro lado, que la verdad absoluta: no existe y que en la búsqueda reside la fuerza del ser humano. Cuando voy por, la calle y siento todo esto, me produce dolor. Vuelvo a plantearme la pregunta en este momento: ¿y si no encontrara esa verdad?; ¿y si no encontrara ese Dios?

-Es la gran pregunta que, tarde o temprano, nos planteamos. Siempre estamos buscando un resquicio de esperanza, que Dios esté en algún lado, no? ¿No pensás que el orden del universo responde, de alguna manera, a a un pensamiento creador? Muchas veces me detengo, por ejemplo, a observar las flores. Las flores me impresionan no solamente por su belleza sino por la armonía que encierran. Me gusta hablar de la "sabiduría creadora" de la naturaleza. También estamos viviendo una época en la que el sujeto está perdiendo terreno frente al objeto. Simplificando, te diría que el hombre va retrocediendo mientras que las cosas creadas por él terminan por acorralarlo. Si seguís este razonamiento, terminamos en el famoso consumismo. Atropellándonos, invadiéndonos y no permitiendo ser lo que realmente somos. El otro día teorizaba conmigo mismo sobre este tema. Vos sabés que en las épocas más dolorosas de las sociedades es donde aparecen las creaciones, más fuertes. Y yo creo que esto ocurre porque, aparentemente, hay una lucha entre la ética y la estética. Digo aparentemente porque no hay una lucha sino que se corren las fronteras. La estética influencia a la ética y cuando ésta flaquea es cuando la estética avanza como respuesta a lo que nos está pasando en este momento. Y esto que te voy a decir parece un comentario frívolo pero no lo es: en este momento, hay tantos teatros en Buenos Aires, tantas exposiciones, tantos conciertos. Yo creo que ésta es una respuesta a esa ética dolorosa que no puede mostramos sus valores.

-Sin duda, un tiempo extraño en el que los extranjeros se asombran ante nuestra oferta cultural y, al mismo tiempo, contemplan la terrible pobreza que circula por nuestras calles...
Nos quedamos en silencio mientras, a lo lejos, el río que asoma tras el Botánico parece azul.

-Hace un rato, muy al pasar, hablaste de una infancia de pobreza. ¿Cómo fue esa historia? ¿Como la callecita de las primeras páginas de "Vuelan las palomas"?
Absolutamente. Era la esquina de Santa Fe y Ecuador. Mi padre volaba. En todo el sentido de la palabra -se ríe francamente-. Mi padre era gerente de publicidad de Bilz y Selz, los ancestros de la Coca-Cola, y bajo las alas del avión había unas lucecitas con los nombres de las dos bebidas. Mi padre salía del aeródromo de San Fernando, se guiaba por las luces de la Confitería del Molino (¡!) y luego enfilaba hacia las luces del Balneario Municipal, donde arrojaba los volantes ¡que él mismo dibujaba! Me acuerdo perfectamente de mi primer vuelo. Me pusieron antiparras, gorro. Claro, ¡íbamos al aire libre! Había otro piloto, Biscarret, ¡que mostraba el brevet N° 4! En fin, me parece que no me impresionó demasiado. Era como ir al Parque Japonés pero me gustaba mostrarles a los otros chicos, desde la esquina de Ecuador, que el que volaba con las luces de Bilz era mi padre.

-Suena a chico solitario...
Solitario y triste, sobretodo cuando, a poco de cumplir 8 años, mi padre se fue. Ahí voló para siempre y aunque yo jugaba mucho al futbol y hacía deportes, era un chico triste. Se ve en las fotografías. Mi madre tuvo que comenzar a trabajar e hizo lo que sabía hacer muy bien. Coser. Se convirtió en modista y nos mantuvo a mi hermano y a mí.

-¿Y Analía (Gadé)?
Analía no es hija de mi madre. En uno de sus vuelos, mi padre tuvo Analía. No lo supe hasta que, un día, Narciso Ibáñez Menta me dijo: "He conocido a tu hermana. Tan bonita", No tengo hermana -le dije mientras, con un carraspeo, Narciso se escondía detrás de su maquillaje-. Resolví entonces preguntarle a mi padre si no tenía alguna hermanita por ahí, y él: ''Así que ya te fueron con el chimento". Lo conminé a que nos presentara. Fue en el Bar Boston de la calle Florida. Tengo desde entonces una amistad muy linda con Analía. Es una gran tipa.
También la vida de Gorosliza es novelesca. Parte de ese país que tanto le preocupa.

En 1959, Premio Nacional de Teatro por El pan de la locura y, como le dijo entonces Pucho Guibourg, "el primer premio queda desierto porque.usted es demasiado joven". En 1975, parece que era menos joven y le otorgaron el Premio Nacional de Literatura por Los cuartos oscuros, sin el menor festejo ni la más mínima solemnidad. Seguramente los esbirros de López Rega consideraban peligrosa aquella literatura porque la única comunicación oficial fue la de un tímido empleado que se atrevíó a llamarlo por teléfono diciéndole: "Usted tiene un premio aquí. Venga a buscarlo".
El jurado se había rebelado contra las autoridades pero la ceremonia quedó archivada en los sótanos del odio que tan densamente se han poblado siempre en la historia argentina.

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