Poemas Renacentistas

Tres sonetos del renacimiento, para leer y trabajar en clase con los alumnos de Tercero Polimodal del Instituto Ballester

Soneto XXIII

En tanto que rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

Coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.

Garcilaso de la Vega


Dafne y Apolo

A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían:

de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aún bullendo estaban
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquél que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡Oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!

Garcilaso de la Vega

Soneto a Cristo crucificado

No me mueve, mi Dios para quererte
el Cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Anónimo (atribuido a Santa Teresa de Ávila)

Carpe Diem
Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi, quem tibi
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris números. Vt melius, quidquid erit, pati!
seu pluris hiemes, seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum: sapias, uina liques et spatio breui
spem longam reseces. Dum loquimur, fugerit inuida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.

No preguntes (no nos está permitido el saberlo), Leuconoe, 
que fin han puesto para mí los dioses, cuál para ti, 
ni sondees el cálculo babilonio. 
¡Cuánto mejor soportar lo que haya de ser, 
tanto si Júpiter nos ha concedido muchos inviernos, como si es el último nuestro 
el que ahora quiebra las olas del mar Tirreno en azote contra los escollos! 
Sé sabia, filtra el vino y, breve como es la vida, corta la esperanza larga. 
Mientras hablamos, habrá huido celosa la edad: 
goza a bocados del momento, confiada lo menos posible en el de mañana.

Horacio

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